Varios sentimientos en un mismo cuerpo. Hormonas, invadidas de
deseos mentales: ganas de luchar y de rendirse a la vez, de persistir y de
huir, de querer y ser querido, y de odiar y ser odiado. De decir un
"Tierra, trágame" y que se haga realidad, o de decir "Voy a
comerme el mundo" y desear poder quedarse lleno.
Varios sentimientos en
un mismo cuerpo que no da más de sí, que no puede albergar tantas variaciones
repentinas, un cuerpo al que le cuesta habituarse al nuevo estado físico al que
se somete. Cambios por fuera y por dentro, de personalidad, de pasividad, de
rebeldía. Cambios que todo el mundo ha sufrido, pero que parece ser que nadie
recuerda.
Nadie nos hace caso,
nadie nos quiere como nosotros queremos que nos quieran. Nadie es lo
suficientemente bueno para ti o no eres lo suficientemente bueno para nadie. Eres
feo y guapo a la vez, musculoso y gordo al mismo tiempo, demasiadas
contradicciones en una misma edad, en un cuerpo lleno de variaciones. El nuestro
es un cuerpo en el que, cualquier cosa que nos pase, puede ser la gota que
colme el vaso.
Ganas de diversión, de
relax, de tardes apasionadas, o por el contrario divertidas, independencia y
libertad, pasividad y pasotismo. Somos caseros y callejeros, siempre queremos
estar en la calle, aunque no perdemos una oportunidad para subir a casa.
Algunos desarrollan doble personalidad, o simplemente se inventan alguna para
sacar provecho de ti.
Vergüenza y miedo,
querer divertirse y al instante siguiente sentir que estás haciendo el
ridículo. Eres como un mago, nada por aquí, nada por allá, y de repente un
sentimiento que creías enterrado durante un tiempo aflora y te bloquea.
Y así podría continuar
una vida, explicando el increíble cambio que sufrimos a nuestra edad, pero
tengo que estudiar, porque si no mis padres me castigan. Aunque en cierta
parte, me da igual.
Los adolescentes son
misceláneos de personas a las que quieren parecerse con un toque salado de
quienes realmente son. Y, demasiadas veces, son excesivamente dulces.